Las copas son capaces de moldear y potenciar las características de los vinos
El cristal con que se bebe…
No sólo ofrecen elegancia y un cierto aire de lujo en la mesa. Las copas de cristal fino y transparente son la mejor forma de disfrutar plenamente del color, aromas y sabor de un buen caldo.
En su larga historia, la copa ha sido cáliz de metal vulgar, copa de oro, joya de alabastro, cuenco de marfil o barro y cuerno de animal.
Protagonista del vidrio
Los egipcios utilizaron este delicado material, pero hasta el siglo I no apareció el vidrio soplado que permite realizar formas diversas.
El oficio fue impulsado por Nerón y de Roma pasó, en el siglo II, al Rin y la Galia.
Al desmembrarse el Imperio, Bizancio se erigió en la continuadora tradición vidriera.
En Europa quedaron pequeños talleres, hasta que, en el s. XII, Venecia recuperó esta tradición trasladándola luego a la vecina Murano.
En el siglo XVI, la tecnología hizo posible un vidrio más limpio y resistente. El vidrio tomó diferentes aspectos y se fue haciendo tradicional una u otra forma de copa en diferentes regiones (Anjou, Alsacia, Rin, Mosela). De ellas, dos prevalecen con fuerza: la de Borgoña (un gran balón que se abre lentamente hacia el extremo superior) y la de Burdeos (algo más pequeña con tendencia a cerrarse en la parte de de arriba).
Formas, colores y tamaño
Hoy se prefieren copas de cristal liso, transparente y cuanto más liso mejor, pues solo así podremos disfrutar del brillo y color del vino.
Por lo que respecta a la forma, es deseable que se cierre en su parte superior, de modo que permita una buena olfacción del vino pero sin que se cierre tanto que la nariz choque con el borde contrario.
También el fuste es importante: si es alto y fino, los dedos podrán sujetarlo con facilidad sin tocar el cuerpo de la copa, lo que calentaría el contenido.
Para los vinos tintos lo más indicado es usar copas con una cabida de en torno al cuarto de litro (250 mililitros) como mínimo.
A pesar de su capacidad, la copa no deberá llenarse más de un tercio para poder girar el vino en su interior, airearlo y extraer todos sus aromas y sabor.
En cuanto al vino blanco, puede servirse en copas de igual forma, aunque de un tamaño ligeramente más pequeño (200 mililitros), que se llenarán hasta la mitad. La razón es que normalmente el vino blanco se sirve frío, por lo que al verterlo en una gran copa se calentaría antes de terminarlo. Es preferible, rellenar la copa en varias ocasiones y disfrutar del vino a su temperatura ideal.
Dentro de la filosofía del vino, tiene mucho que decir los recipientes que usamos para su degustación…
Al igual que en el mundo del cava o de la cerveza, los vinos se deben degustar en copa de cristal o vidrio, debidamente apropiadas para cada tipo de vino.
Sobre las diferencias, deciros que el vidrio es un poco más grueso y con menos transparencia, y el cristal o cristalino suele ser más fino y transparente, con la diferencia de una sonoridad más acentuada en el cristal.
Por otro lado, es muy importante para poder apreciar los aromas y sabores de los vinos que degustamos; que las copas tengan unas formas y dimensiones adecuadas al vino que se quiera beber.
Es decir, que un vino de tinto joven necesita una copa de capacidad media , y un vino de crianza o reserva necesita una copa de alta capacidad.
Esto resumido es para la oxigenación del propio vino, ya que un vino joven no necesita tanto oxígeno como un reserva que lleva más tiempo en la botella y necesita oxigenarse.
También tenemos que tener en cuenta las diferentes formas de las copas para vinos, ya que los de blanco o rosado son más estilizadas y con formas gruesas.
Y las copas para vinos tintos suelen ser más redondas y de mayor tamaño, lo que permite una mayor oxigenación y que a la hora de girar el vino o moverlo para oxigenarlo sea más difícil que se nos caiga.