El cierre definitivo

El corcho, elástico y natural, no deja que el vino salga de la botella ni que el oxígeno penetre en la misma. Es un complemento ideal para que el vino se conserve correctamente. Pero hay que cuidarlo, pues su vida no es eterna.

Si a mediados del s. XVII, con la aparición de la botella de vidrio, se solucionaron los problemas de transporte, almacenamiento y envasado de los caldos, todavía faltaba por resolver la forma de cerrar las botellas.

En ese momento, cada una de las botellas llevaba su propio tapón de vidrio, que se ajustaba con polvo de esmerilar y aceite y que posteriormente era atado con una cuerda.

De hecho, el irregular perfil que presenta actualmente el gollete (la parte superior del cuello de la botella) no es sino una reminiscencia de esa costumbre, un pequeño escalón que evitaba que la cuerda se escurriera.

El sistema era dificultoso y caro, pero todo se solucionó al dar con un material bastante abundante y que contaba con las características requeridas por los bodegueros: el corcho.

El corcho es un material impermeable, poco o nada poroso, por lo que los elementos externos, principalmente el oxígeno, no pueden penetrar en el interior de la botella. A ello se suma que no desprende ningún olor ni sabor que pueda traspasarse al líquido.

De hecho, sus espléndidas cualidades como límite a cualquier líquido eran conocidas desde la antigüedad, a pesar de lo cual el feliz maridaje entre la botella de vidrio y el corcho se le atribuye a Dom Perignon, el célebre monje de la abadía de Hartvillers quien, en el siglo XVIII pudo de esta forma convertir definitivamente los caldos de su zona en champán.

Un escudo protector

El corcho se extrae de la corteza del alcornoque (Quercus suber), un árbol frondoso, típico de zonas mediterráneas cálidas y secas que forma parte de las encinas y los robles.

Este árbol tiene la particularidad de formar, alrededor de su tronco, este material poco permeable a los gases y el agua, con lo que evita una evaporación demasiado rápida de una humedad que tanto escasea en su medio.

Portugal y España son los grandes y prácticamente los únicos productores de corcho del mundo no sólo por la extensión de sus alcornoques, sino también porque su climatología es la idónea para que estos árboles crezcan lentamente y desarrollen una corteza de corcho de gran calidad.

Cada alcornoque es descortezado cada diez años aproximadamente y en pleno verano. El material desprendido se deja secar al aire libre durante dos años más y, para desinfectarlo y darle mayor espesor, se deposita en agua hirviendo durante tres horas.

No es un proceso complejo ni demasiado costoso, pero en los últimos años el encarecimiento de este elemento resulta muy evidente.

La razón es bien simple: la producción de vino de calidad en el planeta crece a mayor velocidad que la camisa del alcornoque. De hecho, la escasez de corcho de calidad ha incrementado el precio de este material hasta que el bodeguero pague tanto o más por el tapón que por la botella. Y por esta misma razón hoy es frecuente ver (aunque solo en vinos menores) tapones de aglomerado de corcho o de otros materiales sintéticos que imitan las características del mismo. Los grandes vinos, como es lógico, mantienen un corcho de calidad y buen tamaño.

Tallas y esperanza de vida

El tamaño de los corchos va desde los 45 milímetros, que es el tamaño utilizado para las botellas de vino joven, hasta los generosos 50 o 60 milímetros que se utilizan en los grandes vinos.

Este mayor tamaño utilizado en los caldos de guarda suele ir acompañado de una buena calidad general del tapón con un objetivo evidente: que el corcho permanezca en perfecto estado el mayor tiempo posible (hasta 25 o incluso 30 años).

Pero el corcho, incluso habiendo estado en una botella tumbada y conservada en la bodega mejor acondicionada, no es eterno y con el tiempo pierde una de sus propiedades más importantes: la elasticidad. Por eso, cuando un coleccionista serio tiene durante decenios una botella, suele descorchar y volver a taponar en atmósfera inerte y muy cuidadosamente ese tesoro. Claro que si su destino es la venta (una subasta, por ejemplo) el cambio se realizará, además, en presencia de un notario para evitar mermas en el valor del producto.

Sobre el corcho encontramos un envoltorio llamado cápsula, que tiene la misión de ofrecer al consumidor la garantía de que el contenido de la botella llega intacto. En los primeros tiempos este sello fue de lacre pasando posteriormente a ser plomo. La toxicidad de este último material hizo que, desde hace varias décadas, se utilicen casi exclusivamente plástico y estaño.