Un laboratorio viviente: los minerales del suelo en el que crece, las horas de sol, el soplo húmedo de la brisa del río Ebro…

Este laboratorio viviente procesa todas estas influencias y las convierte en aroma y sabor.

La vid no es una planta exigente: necesita poca agua, escasos alimentos y puede resistir climas extremos. Pero, aunque la vid no sea exigente con su entorno, el viticultor sí lo es con la uva y lo cierto es que cada variedad de uva tiene sus propias características, éstas varían según las circunstancias: el tipo de suelo, la cantidad de sol y lluvias, la pendiente de una colina, el bosque cercano…

EL CLIMA DE LA VID

Primero hay que contar con una zona donde le clima permita la supervivencia de la planta.

Porque la latitud es una barrera infranqueable para la vid, cuya producción se restringe a dos franjas comprendidas entre los paralelos 30º y 50º latitud norte y los 30º y 40º latitud sur.

Y es que, cuando se sobrepasan estos límites, nos encontramos con zonas que tienen una evidente carencia de sol (lo que impediría la maduración de las uvas) o una temperatura media cálida todo el año, sin diferencias estacionales. Las escasas zonas productoras de vino que sobrepasan los límites citados son regiones que compensan su latitud con una altitud elevada.

En cuanto a la pluviometría, ya hemos comentado que la planta requiere poca lluvia, aunque también es cierto que una sequía excesivamente prolongada puede limitar en exceso el desarrollo de la planta.

En el extremo opuesto, un clima extremadamente húmedo puede hacer que el fruto engorde en exceso y pierda sabor o incluso pueda favorecer que aparezcan determinadas enfermedades (hongos, parásitos…).

En términos generales se considera correcta una pluviometría media entre 400 y 800 mm al año, pero ha de caer, eso sí, en los momentos oportunos: entre el final de la primavera y el comienzo del otoño, que es cuando la vid necesita el 80% de la humedad.

Una lluvia a destiempo, especialmente en la época de la vendimia, puede llegar a ser desastrosa.

EL SUELO DE LA VID

Por lo que respecta al suelo donde vive la planta, su importancia es tal que, en ocasiones, tan solo la diferencia de unos metros hace que el mismo tipo de uva proporcione vinos diferentes.

El terreno, donde nace la uva, es tan importante como el subsuelo y los componentes del mismo.

En términos generales, la vid que da mejores vino vive en suelos con poca materia orgánica, ligeramente alcalinos y bien drenados.

Por otro lado, y aunque la viña necesita magnesio, potasio y fósforo, los niveles de estos  nutrientes no tienen que ser muy altos.

Una vez cubiertas las necesidades generales, sabemos que de suelos silíceos se obtienen vinos ligeros con finura y buqué; de los calizos tendremos caldos aromáticos y con buen cuerpo; las arcillas, por su parte, nos ofrecen vinos de mucho color y bastante alcohol.

Por lo que respecta a la humedad del terreno, ésta ha de ser más bien escasa (la importancia de un suelo bien drenado es conocida desde antiguo), aunque la viña agradece siempre el ambiente que le proporciona la cercanía del mar o de un río caudaloso.

También hay que contar con elementos que puedan crear un microclima del que se beneficiarán la uva, y en un futuro, el vino.

Tener un bosque cerca equivale a contar con un atenuante de las inclemencias y de cambios bruscos, igual que pueden ser excelentes protectores de los vientos un simple cerro; un río asegura un grado relativo de humedad beneficioso.

En cualquier caso conviene recordar que el objetivo es lograr una planta sana que, sin embargo, no se desarrolle con demasiado vigor para contar al final de su ciclo son un fruto sabroso y que tenga el grado adecuado de maduración.