Botellas: transporte y reposo del vino
Sirve para transportar y para servir el vino. Pero la botella es mucho más que eso, es la cuna donde este ser vivo termina por formarse, donde evoluciona lentamente hasta alcanzar su plenitud y ofrecernos lo mejor de sí mismo.
El embotellado del vino, aunque se sitúa en la recta final del trabajo de la bodega, no es el punto y final de la producción vitivinícola. Será así para los vinos más jóvenes, pero no para los que han sido sometidos a un período de crianza, pues su maduración, iniciada en la barrica, se redondea durante un largo período “en esta cárcel de cristal”.
Este importante elemento que es la botella de cristal no ha estado siempre a disposición de los bodegueros que, en otros tiempos, tuvieron que contar con barricas de madera, odres de piel o ánforas de barro para el transporte de su preciado líquido.
El vidrio, desde luego, se conoce desde hace 4.000 años, pero los recipientes de este material eran tremendamente frágiles por lo que, durante siglos, se usó exclusivamente para sacar los vinos a la mesa y aún ello en contadas ocasiones: el vidrio era auténtico material suntuario.
Un poco de historia…
Habría que esperar a la segunda mitad del siglo XVII, a 1662, para contar con la botella de vidrio de forma casi igual a la actual. La paternidad del invento se atribuye a Sir. Kene Digby, quien fabricó una botella tubular de color verdoso, tonalidad dada por el humo que desprendía la turba usada en los hornos, y que con el tiempo se consideró beneficiosa pues daba una opacidad que servía de protección del vino. Esa botella fue adaptada en el siglo XVIII por los franceses de Burdeos para exportar sus vinos, por lo que se le llamaba bordelesa.
Otro capricho del azar quiso que el proceso de fabricación de las botellas de vidrio requiriese dejar una forma convexa en el fondo, con lo cual se consiguió sin pretenderlo, una botella que facilitaba el depósito de las impurezas. Pero esas ventajas eran insuficientes porque aún llevaba un tapón de vidrio. Éste se ajustaba con polvo de esmerilar y aceite para posteriormente ser atado con una cuerda, de modo que el cierre no poseía la hermeticidad adecuada para envasar el vino.
El peso de la tradición…
Nacida como un subproducto sin importancia de la floreciente artesanía del vidrio, las botellas fueron adquiriendo importancia, hasta el punto de que cada una de las regiones vinícolas fue creando su propio diseño de botella de acuerdo con las características de los vinos que en las zonas se producían. Había nacido la botella enológica.
Cuando se habla del diseño de una botella de vino, hemos de tener en cuenta dos elementos claves: la longitud del cuello y los hombros de la botella.
Las formas más utilizadas son las de la botella de Bourdeos, la de Borgoña, la alsaciana, la de champán o cava y la plana de franconia o boxbeautel.
La bordelesa se emplea para vinos blancos y tintos indistintamente; si su destino es acoger un vino tinto la botella será verde; si en su interior lo que hay es un blanco o rosado los tonos que puede adoptar van desde el color “hoja muerta” hasta el verde claro o el blanco.
La borgoña se usa para vinos tintos y se diferencia de la anterior por tener las formas más suaves y los hombros más caídos.
Las botellas denominadas alsacianas o del Rin se usan para los vinos blancos o de la cuenca alemana, así como para los vinos portugueses blancos. La botella alsaciana es similar a las botellas alemanas y también se le conoce como flauta; lo más peculiar es que todos los vinos de esta región, ya sean blancos, tintos o rosados, se embotellan en este tipo de recipiente.
Otra de las botellas más utilizadas es la boxbeautel, típica de franconia, que también se utiliza en Portugal y Chile, así como en la región alemana de Baden.
Por último hay que destacar la botella de champán o cava, que tiene una base y un cuello más ancho, así como un vidrio más grueso, para poder soportar la presión del anhídrido carbónico.
En algunos países como Francia, cada modelo se identifica, incluso legalmente, con una zona de producción, si bien el uso de cada modelo de botella no tiene más importancia que la de continuar la tradición, salvo en el caso de los champagnes. En cambio, con el tamaño no sucede lo mismo, pues de la capacidad de la botella dependerá la calidad de un caldo de guarda: cuanto más grande sea la botella, más lentamente evolucionará el vino y mejores resultados se obtendrán.
El tamaño de las botellas más habituales es el de 75 centilitros, a pesar de lo cual, hay otros relativamente usuales como la Magnun (que tiene una cabida de 1,5 litros) o la Jeroban (3 litros), e incluso los menos habituales Rehoboam (4,5 litros), Salmanazar (9 litros), Balthazar (12 litros), Nabucodonosor (15 litros)y, por último la Salomón (18 litros).